Editorial – Canal E | La ausencia del presidente Santiago Peña, del titular del Congreso Basilio Nuñez y Raul Latorre presidente de la cámara de diputados , a la misa central de Caacupé no es un detalle menor. Es un mensaje político. Y es, sobre todo, un quiebre simbólico entre el Gobierno y una de las expresiones de fe y identidad popular más importantes del Paraguay.
La pregunta que circula —y que nadie en el oficialismo parece dispuesto a responder— es simple: ¿son católicos o ya no les conviene serlo?
No se trata de cuestionar creencias personales. Cada autoridad tiene derecho a profesar la fe que elija, o ninguna. Pero sorprende el contraste entre su ausencia total en Caacupé y su presencia constante en eventos de determinadas organizaciones cristianas, donde la crítica desaparece y la comodidad abunda.
Ni siquiera el vicepresidente Pedro Alliana asistió. Un hecho que, sumado al silencio del Ejecutivo, alimenta sospechas de una directriz interna: “no exponerse en espacios donde la Iglesia pueda cuestionar al Gobierno”. Si así fuera, estaríamos ante una peligrosa señal de alergia a la crítica.
Lo ocurrido con Raúl Latorre es aún más llamativo: estuvo en Caacupé la noche del 7, según sus propias redes, pero no asistió a la misa central. Un acto deliberado que deja más preguntas que respuestas.
Caacupé no es solo un rito religioso. Es un espacio de encuentro nacional, un termómetro social, un territorio donde el pueblo habla sin micrófonos y sin libretos. Que las máximas autoridades no aparezcan allí —ni siquiera para saludar a la multitud— es un gesto que roza el desdén institucional.
Y aunque el oficialismo intente minimizarlo, el mensaje es claro:
cuando el pueblo se junta afuera del protocolo, el Gobierno prefiere desaparecer.
La fe puede ser personal.
Pero la representación, no.
El país estuvo en Caacupé. El Gobierno, no.
